Un ejemplo real
Estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón. Las enseñarás diligentemente a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Las atarás como una señal a tu mano, y serán por insignias entre tus ojos.
Deuteronomio 6:6-8.
Una de las piezas claves de Dios para santificarnos es la maternidad, hay tanto que aprender a través de ella. Hoy estaremos por aquí hablando de ello, este hermoso legado, gran responsabilidad y un desafío, para hacernos más como Cristo. A través de la historia siempre ha habido casos de personas influyentes, escritores, poetas, científicos y en el mundo cristiano también, hombres que Dios utiliza para traer su Palabra, para escribir etc. pero tanto unos como los otros tienen algo en común y es la gran influencia de sus padres, su ejemplo y disciplina.
Ser padres es una de las labores más hermosas que podamos realizar, es un gran privilegio, además de ser una labor ardua, pero muy gratificante. Los hijos son un regalo de Dios, diferentes todos, como los dedos de la mano y Él, al traerlos a nuestras vidas, nos dota de un amor incondicional, permitiéndonos así reflejar su carácter. Si pudiéramos contar nuestras experiencias seguro habría similitudes, pero cada uno tiene su propia historia y no hay manuales para ser mejores padres que sean completamente eficaces, aparte de la Palabra de Dios, donde en su gran sabiduría nos dejó escrito cómo debemos conducirnos y por supuesto no dejó la maternidad por fuera.
Como ya lo hemos hablado antes, el mal radica en el corazón del hombre y solamente Dios puede transformar ese corazón. Por eso nuestra responsabilidad suprema es llevarles al Evangelio, que conozcan a Dios, su carácter, quién es Él. Todos los padres somos misioneros, no salimos a otros lugares, pero dentro del seno de nuestro hogar, compartimos y vivimos el Evangelio, por eso es tan importante ser un buen ejemplo; enseñamos nuestra lengua, nuestras creencias, tradiciones, dejamos huellas en los corazones de ellos (Proverbios 22:6). No hay padres perfectos créanme, nuestros hijos lo saben, nosotros mismos como hijos lo sabemos; pero hay algo que estoy completamente segura, y es que siempre nuestras vidas deben mostrar ejemplo.
Queremos hijos que caminen con Dios, caminemos nosotros con Dios, enseñemos a que lo busquen, busquemos nosotros, más que dejar valores morales, que son necesarios, sobre todo ahora que se han perdido tanto, dejemos el legado de tener una relación cercana con Dios. No tardemos en comenzar, entre más pequeños sean mejor será, son como un cemento fresco, a esta edad tu eres su mayor influencia, ese es nuestro llamado, todo lo demás es del Señor.
Si has conocido al Señor cuando tus hijos ya están grandes, no te desanimes, recuerda que el ejemplo habla más que las palabras, ser buen padre no es buscar la felicidad de nuestros hijos dándoles todo lo que quieren, ser buen padre es corregir, enseñar, modelar a Cristo. Traer esa verdad y descansar en la obra redentora de Dios para sus vidas. Orar, orar y orar para que Dios nos de sabiduría, nos de aliento; habrán días que no tengamos ánimo, orar por ellos, para disciplinar correctamente, bíblicamente, nadie más quiere nuestro mayor bien que nuestro Buen Padre, por eso busquémoslo.
Recuerdo que cuando mi hija era pequeña y yo no había entendido realmente el Evangelio y mi rol, muchas veces me conforme con las enseñanzas de la escuela dominical, algo que a veces me entristece, pero Dios que es grande en misericordia, me permitió ver la importancia de tener ese tiempo con ella, ya siendo más grande, pero nunca es demasiado tarde, el tiempo que dediquemos en sembrar en los corazones de nuestros hijos, es de gran valor, aunque sea un poco de tiempo; debemos confiar en aquel que da crecimiento a esa semilla.
Sé que si ahora mi hija camina con Dios es solo por su Misericordia y Gracia, eso trae descanso a mi corazón. Así que como dice el texto de referencia, instruye, enseña, al levantarte, en el camino, oralmente, pero sobre todo vive lo que predicas.
Andrea Reyes de Vasquez.