El Matrimonio: Regalo de Dios

Por tanto, el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. Génesis 2:24

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Quién no se emociona, cuando ve en la televisión, en las redes sociales - o si lo vive- una pedida de mano; somos tan emocionales que hasta se nos salen las lágrimas, lo vemos como un cuento de hadas donde el príncipe ofrece a la princesa amor eterno, si nuestros esposos están al lado un pequeño golpe de codo para decirles mira “¡Qué romántico!” Pero sin querer dañar el punto de vista de nadie ¿Es a eso que nos llamó Dios a través del matrimonio?, ¿es solo un amor romántico que debe perdurar a través del tiempo y las circunstancias?

En primer lugar, es claro que el matrimonio no es fácil para nadie, pasamos de estar solteras a compartir todo, nuestras vidas, espacio, tiempo, aun nuestros pensamientos… cuando nos unimos a un hombre. Esa unión es abnegada, es dolorosa; el matrimonio es una buena escuela para mostrar si realmente somos hijas de Dios y contamos con sus virtudes, tales como el amor, el perdón, la compasión, la misericordia, la paciencia etc. Muchas veces siendo tan necesario aprender a ceder y dar la razón al otro, aun si a nuestro parecer no la tiene; una total abnegación tal y como Cristo lo hizo, nuestro mayor ejemplo.

En segundo lugar, el matrimonio es un manual de vida, su mayor razón no es hacernos felices, ni tampoco hacernos padres, sino hacernos santos; como enseña la palabra es donde “el hierro con hierro se afila” Proverbios 27:17, todo para la gloria de Dios; sin duda alguna pasar de ser dos a ser una sola carne no es fácil, al contrario muchas veces es hasta doloroso, o ¿Quién está casada o se va casar con un ángel? Debemos recordar que somos pecadores diciendo “acepto”, y mientras haya pecadores habrá pecado, tanto en hombres como mujeres.

Con luchas y dificultades, pero también con momentos memorables que siempre dejan huellas en nuestras vidas, el matrimonio es un regalo hermoso de Dios; sin embargo para que esa unión cumpla con su propósito pasaremos por ciertos inconvenientes resultado de las diferentes formas en las que percibimos las cosas o simplemente por nuestro pecado, que siempre se hace notorio, debido a ese remanente que aún queda en nuestro corazón, como por ejemplo el orgullo, algo con lo que siempre batallamos a lo largo de nuestro matrimonio, una de las luchas que más tenemos dentro de él, lo cual nos debe llevar a reconocer que necesitamos de Dios y su Palabra en nuestros matrimonios, pues sin su dirección no podremos.

Debemos recordar el propósito por el cual estableció Dios el matrimonio, para mostrar su evangelio y para hacernos Santos, y tener en cuenta aquellos parámetros establecidos por El para dicha unión:

▪ Nuestro esposo pasa a ocupar el primer lugar, después de Dios (Genesis 2:24). Esto no quiere decir que ya no visitaremos a nuestros padres, o que ellos no cuenten más para nosotros, pues debemos honrarlos como la palabra de Dios nos manda (Deuteronomio 5:16), pero al formar una nueva familia las prioridades son otras, y todo lo que concierne a ese nuevo hogar debe ser administrado y llevado solo por los dos, y que mejor que contar con la dirección de Dios. Además, nos uniremos sexual, emocional y económicamente, y todo lo relacionado con las decisiones tomadas dentro de la nueva familia; pasamos de ser dos a uno.

▪ La sumisión no es una opción (Efesios 5:21-22). Esta pequeña palabra puede ser muy perturbadora sobre todo en la sociedad en la que vivimos, asociamos la sumisión a la perdida de libertad, a la esclavitud, pero eso no tiene nada que ver con lo que realmente es, ya que cuando nos sometemos a nuestros esposos y les dejamos liderar, ser la cabeza de nuestros hogares, es a Dios a quien nos sometemos realmente y a su palabra (1 Corintios 11:3). Así que someternos no debe ser para nosotras una carga sino un privilegio.

▪ Respetar el diseño y los roles en el matrimonio (Efesios 5:23-27). Los hombres son llamados por Dios a liderar a sus familias, a ser cabezas de sus hogares, a llevar a sus familias a Cristo, rol de sacerdocio; a ser proveedores, aunque en este tiempo sea difícil vivir con un solo sueldo, y nosotras como mujeres ayudemos a nuestros esposos con el sustento, esa responsabilidad recae sobre el varón; por otro lado la mujer esta llamada a criar a los hijos, a ocuparse de la casa, a ser administradora de la misma (Tito 2:3-5); no lo debemos tomar como una carga, o sentirnos menospreciadas, sino por el contrario como un privilegio, ver crecer a nuestros hijos, modelar piedad, el servicio a otros tal y como Cristo lo ha hecho.

▪ Intimidad Sexual. Dios nos habla en su Palabra “se unirán y serán una sola carne” (Genesis 2:24), llevándonos a la comprensión de la unidad sexual, donde somos uno solo, una carne; sin embargo, eso no es todo, también nos lleva mucho más allá de la relación sexual, a la intimidad de nuestros pensamientos, acciones, metas, sueños, nos habla de una unidad total.

En conclusión, el matrimonio es el lugar que usa Dios para hacernos santos, es en el seno de nuestro hogar donde nos mostramos tal y como somos, además es a través de esa íntima relación esposa/esposo que podemos dar a conocer a otros la belleza del evangelio, el amor de Cristo por su iglesia; hemos escuchado de muchos predicadores de nuestro siglo o pasados decir que la familia es el primer ministerio, el pastoreo de la esposa e hijos, el servicio, el amor incondicional, es un reflejo de la relación Cristo con su amada esposa la iglesia.

Debemos destacar que el matrimonio, creación de Dios, como dice la palabra en los primeros capítulos de Genesis “vio Dios que era bueno en gran manera”, es perfecto; una frase muy apropiada para concluir con la verdad del matrimonio, encontrada providencialmente: “El matrimonio no falla, las personas que lo componen fallan” (Ricky Marroquín). Necesitamos todos los días de la Gracia inagotable de Dios para nuestros matrimonios, para poder disfrutar de ese regalo, y poder mostrar al mundo la belleza del evangelio a través de él.

Andrea Reyes de Vasquez.

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