El fuerte amor de Dios

¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Tal como está escrito: «Por causa Tuya somos puestos a muerte todo el día;

Somos considerados como ovejas para el matadero». Pero en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni

ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro.

Romanos 8:35-38

Surfeando un poco en las redes sociales, caí sobre una frase de C.S. Lewis, que me recordó una verdad que debo constantemente hablar a mi corazón, la frase dice: “Dios siempre nos permite sentir la fragilidad del amor humano para que apreciemos la fuerza del suyo.”

Precisamente hace poco estuve leyendo sobre la importancia de la meditación de la Palabra y creo que meditar en las verdades escritas acerca de Dios también es muy beneficioso. Esto me hizo meditar algunas verdades que veo aquí.

Es cierto que a través de las personas podemos experimentar el amor de Dios, y es por eso que nos aferramos a ese amor humano, lo vemos en la iglesia, en la familia, en las amistades, en el cuidado unos por otros… pero como decía Lewis, ese amor puede ser muy frágil y fácilmente nos recuerda cuán débil es.

Las personas lamentablemente nos decepcionan, incluso aquellas que más amamos, y nosotros también solemos hacerlo, a causa de nuestra naturaleza pecaminosa y caída. Como humanos tenemos esa tendencia natural de esperar reciprocidad en lo que damos o hacemos, sea en el tiempo, en el servicio, en los detalles, en la manera en cómo demostramos amor, pero es esto precisamente lo que nos desenfoca de lo que Dios quiere que veamos: a Él.

Pablo nos está recordando a través de este pasaje que no hay nada en esta tierra que nos pueda separar del amor de Dios, que es en Cristo, quien es la encarnación del amor mismo.

Sin duda lo que Dios quiere es que pongamos los ojos solo en Él, en su amor que es perfecto, incondicional y tan fuerte que no existe absolutamente nada que nos pueda separar de él, ¿no es maravilloso?

En los momentos donde nuestra vida es sacudida es cuando más debemos recordar verdades como esta, Dios nos ha amado con amor eterno y nada nos puede separar de ese amor. Las dificultades están forjando la imagen de Cristo en nosotras y la más grata esperanza es que caminamos acompañadas de nuestro buen Dios. Tristemente cuando andamos en estos valles turbulentos solemos olvidar cuán grande y fuerte es el amor de Dios, y que la mayor muestra de amor es Cristo, quien se entregó hasta la muerte por amor a ti y a mí.

Cuando pasemos por esas dificultades, y por un momento nuestro corazón engañoso nos haga creer que estamos solas, que no vale la pena luchar y confiar, recordemos: estamos recibiendo la gracia de Dios, mientras caminamos por el valle de la incertidumbre, y aunque hayan batallas, aunque pase por sombras de muerte, ahí estará siempre el amor de Dios que nos sostiene, hasta el final. Así es nuestro amoroso Dios.

Si bien es cierto que el amor humano es condicional, es frágil, olvidadizo, desprendido, y muchas veces superficial, no es así el amor de Dios, su amor por el contrario, es perfectamente paciente, misericordioso, Él no cambia, y su amor tampoco. El amor de Dios es firme como una gran roca, es inamovible y lo mejor de todo, es que sus hijos podemos disfrutar de él, ni siquiera depende de nosotros o de lo que hagamos, pues fue Él quien nos amó primero.

Debemos aferrarnos a su amor demostrado a través del sacrificio de Cristo, y ese amor inquebrantable nos va a llevar a amar a otros de la misma manera que hemos sido amados, aunque en ocasiones no sea fácil. Debemos recordar a nuestro corazón a diario el evangelio, de tal manera Dios nos amó que ha dado a Cristo, esa verdad cambia toda la perspectiva.

Somos amadas y como resultado de ello, podemos amar y perdonar de manera intencional.

Los humanos siempre defraudamos o nos sentimos defraudados por otros, pero el evangelio nos recuerda cuán necesitados estamos de Dios y cuán frágiles somos, nos recuerda que no sabemos amar de verdad, por eso necesitamos de Él, de su Espíritu y su Palabra que cambia nuestros afectos, nos arranca el egoísmo y el orgullo, que son las fuentes número uno por las que decepcionamos a otros.

Dios nos ayude a ser buenas embajadoras de su amor fuerte e incondicional, y que no nos cansemos de hacer el bien, como nos dice Gálatas 6:9. Que su amor fuerte sea nuestro sustento diario, y recordemos que como dijo R. C. Sproul: nosotros no nos aferramos a Él, es El quien nos sostiene.

Andrea Reyes de Vasquez.

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