La verdadera belleza
Debido a la naturaleza pecaminosa con la que nacemos, nuestros ojos y deseos naturales se desvían todo el tiempo hacia nosotras mismas y las cosas tangibles que nos rodean.
Se requiere de la intervención sobrenatural de Dios, para levantar nuestra mirada y contemplar la majestuosidad y verdadera belleza del Creador y la gloria de su hijo Jesucristo.
La belleza de la mujer, es un don que Dios le otorgó y su sensibilidad por apreciar la belleza que la rodea. Lamentablemente el enemigo de nuestras almas, desvía todo lo divino hacia lo mundano y quiere destruir el diseño original de Dios. Unas de las áreas en la que algunas mujeres necesitamos ser confrontadas con la verdad y libertadas de la esclavitud de la belleza fisica, es entender que nada temporal resolverá algo eterno.
La belleza física es temporal, jamás nos dará la paz y alegría que aparentan las modelos, reinas, actrices y presentadoras de la televisión. Al contrario, vemos y escuchamos noticias del mundo de la farándula como suicidios, drogadicción, anorexia, enfermedades con secuelas mentales y corporales, muchos divorcios y tristemente muchas mujeres cristianas que profesamos ser creyentes y seguidoras de Jesús, seguimos también a esta idea de belleza pagana y destructiva. Nos alimentamos de las ideas del mundo acerca de
la belleza y aceptamos sus definiciones como los estándares que también debemos acoger.
A los 20 años tuve mi primer encuentro con el evangelio. Intenté empezar a caminar bajo los nuevos lineamientos de la palabra pero aún no estaba convencida que Cristo pudiera llenar todos mis anhelos y vacíos. Yo soy hija de una maravillosa madre soltera, que con mucho esfuerzo me dió más de lo que podía en sus fuerzas y recursos. Mi padre falleció cuando apenas tenía 10 años, pero mi relación con él fue distante.
Crecí con la necesidad de buscar aprobación y atención. Por eso, mi meta era ser una excelente profesional, para poder tener muchas cosas que no tuve en mi niñez, y ser aprobada por cumplir con los estándares de belleza física que se imponían en esa época.
Desde muy jovencita adopté todos estos lineamientos que nos enseñan a darle bastante peso a la apariencia física y nos sentimos desdichadas si no tenemos un cuerpo en determinadas tallas.
Una vez obtuve un buen trabajo y buenos ingresos económicos en mi carrera profesional, esto es cerca de los 25 a 27 años, mi deseo era ponerme implantes mamarios para aumentar unas tallas a mi sujetador. No pedí consejería bíblica a nadie, no me importó si realmente le agradaba al Señor, si era pecado, si en la palabra estaba que someterme a una cirugía por vanidad tendría algún efecto en mi relación con Dios, nada de eso me preocupó, solo vi que era socialmente aceptado y una moda a la cual yo tenía ahora acceso.
Ignoré que mi cuerpo es templo del Espíritu Santo y que no era dueña de mi cuerpo únicamente, olvidé que había sido comprada por precio de sangre, y que mi cuerpo era para glorificar a Dios y no para glorificarme a mi misma y saciar mi sed de aprobación. (1Corintios 6:19).
Yo necesitaba un nuevo y verdadero nacimiento para poder experimentar verdadera libertad y plenitud en Cristo. Aunque llevaba más de 10 años visitando una iglesia y tratando de llevar una vida acorde al cristianismo, mis frutos reflejaban la pobreza e inestabilidad de mi fé. Después de mi cirugía de implantes mamarios, mi sed de satisfacer los estándares de belleza, no se saciaron nunca. Vino un divorcio y decisiones fuera de la voluntad de Dios, demostraron que no estaba pegada a la vid verdadera como lo dice Juan 15 y tuve que ser podada por el labrador, pasar por dolor y aflicción para aborrecer mi vida mundana y ser una verdadera seguidora de Jesús.
A los 32 años cambié de País, luego del fracaso de mi primer matrimonio, me casé por segunda vez y esta vez con un hombre alemán (esta es otra historia para contar en un testimonio aparte), pero Dios en su infinita misericordia, tenía en sus planes permitirme estar aquí para hacerme de nuevo y me tuvo que romper, como esa vasija de barro, necesitaba ser moldeada y Él, Cristo mismo empezó a escribir una nueva historia en mi vida llena de fe, de esperanza y plenitud cimentada en el evangelio.
A los 35 años tuve el regalo de ser madre, en este regalo tan maravilloso de la maternidad, conocí el ministerio de Aviva Nuestros Corazones, esto es en el 2016 y recuerdo que los primeros libros que leí fueron Mujer Verdadera 101, diseño divino y mentiras que las mujeres creen y la verdad que las hace libres. Este segundo libro fue usado, para quitar la venda de mis ojos de cuánto me faltaba experimentar la plenitud y satisfacción plena en mi Salvador. Mi identidad no estaba en la belleza exterior, sino en ese espíritu suave y apacible, tal y como 1 Pedro 3:4 lo dice: “Que su belleza sea más bien la incorruptible, la que procede de lo íntimo del corazón y consiste en un espíritu suave y apacible.” Esto sí que tiene mucho valor delante de Dios. Me di cuenta, que la belleza que perseguía, como ídolo, no era la que Dios apreciaba como belleza, sino más bien, carecía de la belleza de carácter que era de alta estima a sus ojos.
Sentí una profunda tristeza y arrepentimiento por haberme sometido a una cirugía solo por vanidad. Nunca me había sentido mal por tener implantes mamarios, pero empecé a sentir ese deseo de despojarme de lo que no pertenecía al diseño original de Dios en mi cuerpo, y eran esos implantes. Deje de comprar y leer revistas de moda y dietas saludables, que me influenciaban a ser como el estándar del mundo. Empecé a aceptar mi cuerpo, a ver la belleza con unos kilos de más y menos firmeza en los músculos porque ya no tenía la obsesión de hacer ejercicio todo el tiempo para verme como una modelo, ahora mi modelo a seguir era mi amado señor Jesús.
Como consecuencia de este milagro de restauración de mi identidad, empecé a hacer todo el procedimiento para retirar los implantes mamarios. Mi esposo estaba completamente de acuerdo, pero tenía que pagar una suma cuantiosa, pues ningún seguro médico cubre operaciones estéticas.
El doctor que me asesoró y operó, no lograba entender por qué yo quería retirar los implantes, pese a sus advertencias de que me iba a arrepentir porque la piel estaba muy estirada y probablemente el aspecto postoperatorio sería aterrador cuando me viera en el espejo. Me hizo dibujos y me trató de persuadir que lo mejor era quedarme como estaba.
Siempre le contesté que quería volver a estar como Dios me hizo originalmente y que cuando mi hija creciera y me viera, no deseara verse con cirugías estéticas como su madre. Cuando entré a la sala de cirugía, entré llorando. No entendía ni yo misma la razón, pero el Espíritu Santo estaba ya operando en mi corazón en gozo y agradecimiento por estar dando este paso que solo reflejaba mi arrepentimiento. Creo que eso impactó al doctor que me operó y Dios usó a este médico como instrumento de bendición en esta situación para que en su reporte médico, el seguro obligatorio de salud pagara absolutamente todos los gastos de la cirugía. No entendimos con mi esposo, cuando llegó la factura a casa y venía con una cifra que no esperábamos, porque estaba todo pagado.
Todo por gracia y solo gracia de Dios, pues no merecía este regalo. Esto conmovió aún más mi corazón, al ver que no tuvimos que pagar nada por esta cirugía estética. Eran las manos proveedoras de mi Padre Eterno, que me estaba haciendo ver como Él respaldaba esta decisión y como me había perdonado.
Quería compartirles mi testimonio, porque sé que no soy la única engañada en esta área, muchas mujeres cristianas no han experimentado libertad en su identidad conforme a su apariencia física y buscan allí lo que sólo Jesús nos puede dar, fuente de agua viva.
Muchas sienten seguridad en su talla y peso, y otras inseguridad por lo mismo. Si a alguna le sirve mi testimonio para confesar su pecado delante del Señor, le digo que no espere, que vaya corriendo a los pies de Cristo para ser afirmada, restaurada y sanada completamente. Somos su perfecta creación, cada detalle de nuestro cuerpo fue pincelado por Él y para ÉL, entonces ¿por qué corregir o distorsionar lo que el Creador en su sabiduría y amor diseñó? (Salmo 139).
Johanna Schneider.